viernes, 17 de agosto de 2012

Creer o no creer.

Nos disponemos, como seres humanos, a creer en la vida, en otros seres humanos, en la lealtad de un perro, en el instinto asesino de un león. Estamos preparadas y diseñados para creer. Podemos creer en una deidad, en un artista, en una virgen, en una leyenda, en los griegos o romanos. El ratón de los dientes a veces existe, y vaya si existe, Papá Noel existe más de lo que nos imaginamos, porque allí no hay dudas, o existe o no. Un niño cree en Papá Noel, en cambio, puede darse el lujo de dudar de la existencia de Dios, pero no duda del regalo bajo el árbol de navidad de Papá Noel. Cree porque le conviene, quizás. La desilusión al darse cuenta que no existe tal padre de los regalos puede ser traumática, el mundo del niño gira, se detiene, se derrumba. No tanto por la existencia o no, sino por la mentira, por el engaño. Piensa el niño: ¿Con esta facilidad me engañaron?
Políticamente quizás la mayoría seamos niños indefensos e inocentes que creen en navidades perfectas y en esos regalos. Algunos pueden dudar, pero muy pocos se resisten a creer en Papá Noel. Las palabras son muy bonitas, y encadenadas de formas bellas pueden llegar a embaucar a cualquiera. Hay que descreer, siempre, no dejarse llevar por comentarios ajenos, porque al fin y al cabo son solo eso, palabras ajenas. Si te dicen que llueve no lleves paraguas, sal a la calle y mójate, comprueba en carne propia el agua, los gotas golpeando tu frente.
Empieza  a hablar con tus propias palabras, porque si no el camino es uno solo: la repetición, la copia, lo vulgar.

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