jueves, 17 de mayo de 2012

EL NIÑO - CUENTO


El niño gateaba entre la mugre y las botellas rotas con increíble destreza para sortear  los punzantes obstáculos que se le presentaban. Su mamá, sentada al borde de la cama, bebiendo del mencionado envase, tenía sus grandes ojos perdidos, desorbitados, con sus parpados entre abiertos y cerrados (eso dependerá de la tendencia filosófica del lector), apenas una musculosa percudida y pestilente cubría sus pechos y un fragmento de tela elastica que alguna vez supo ser una bombacha cubriendole los genitales.
      -Acá te dejo lo tuyo –dijo el hombre al que Mariel le estaba dando la espalda, mientras dejaba los escasos billetes junto con la bolsita de cocaína sobre la mesa de luz, al lado de un viejo despertador y un juguete a cuerda de por lo menos cincuenta años; ella balbuceo cosas inentendibles debido a su estado y a que tenía el pico del envase de ron en su boca.
Los postigos de la habitación de esa vieja pensión se encontraban cerrados, destrozados, descoloridos, descascarados, semi caidos, por lo que un haz de luz penetraba por entre las fisuras. Era evidente, hasta el mas ciego de cuerpo y alma se daría cuenta, hacía tiempo que Mariel había cerrado los postigos de su existencia y había formado una coraza impenetrable alrededor de su espiritu, una fortaleza que a pesar de todo estaba llena de huecos por donde espiar los lugares mas vulnerables de su ser. Las fisuras en el alma dejan ver la fragilidad del hombre, la triste intemperie en la que estamos tratando de sobrellevar este respirar sin demasiado sentido.
El hombre gambeteo sin mayores inconvenientes el basural y salió a la calle con una extraña sensación de vacio en la mente; subió a su auto importado ultimo modelo y se perdio entre la maraña de smog y edificios que es esta ciudad sin hacerse demasiados planteos morales sobre lo ocurrido.
Mientras tanto Mariel oia el llanto del niño que requeria a su madre con urgente necesidad, al tiempo que ingresaba otro sorbo de bebida a su maltratado organismo que ya se hallaba al borde del colapso. Cuando la ultima gota ingreso a su garganta no lo resistio mas, tomo su cabeza por la frente apoyandola en la palma de su mano, pero era tarde. Su anatomia se desplomo en el suelo destrozando en mil pedazos la botella y su conciencia se hizo añicos instantáneamente quedando desparramada sobre el alcohol derramado y el vomito que salia por su boca. El pequeño niño regreso al lado de su madre llorando inútilmente como un perro que le ladra a la luna, hasta que se quedo dormido entre los fluidos que emergian de Mariel, mas parecidos a espuma fetida que a otra cosa conformando una vision sumamente apocaliptica, caotica y oscura de la vida.
Paso un dia completo sin despertar. Cuando por fin volvio a incorporarse llego a la puerta como pudo y permanecio apoyada contra el marco, con sus brazos cruzados y la mirada perdida, mientras los niños que vivian en otras habitaciones pasaban jugando y gritando. Luego de algunos momentos atravesó el pasillo hacia la calle, que tomaria rumbo al mar (lo unico que le daba paz en los peores momentos. Toda esa furia arrolladora o esa calma imperturbable es la metáfora de la simpleza mas deliciosa, la naturaleza en estado puro) necesitaba verlo, aunque sea una sudestada, nada de pastillas ni psicologos, el majestuoso océano como la mejor terapia. El viento acariciaba su rostro, jugaba con su pelo de alguna manera en ese instante sus facciones recobraron ese brillo y belleza que estaban extinguiéndose lentamente; estaba comenzando a recordar como era sentirse bien, fluir con el viento, fundirse con la naturaleza, cuando comenzo a oir pasitos detrás suyo, lo cual revivio la paranoia, sus ojos se volvieron turbios, presos de la conmocion que reinaba en su cerebro, sentia una extraña sensación de mareo, los dedos de las manos se entumecieron, un leve hormigueo le recorria las piernas y de sus ojos maquillados brotaban un sinfín de lagrimas. Juntando fuerzas para autoconvencerse que eso no era real se detuvo, trato por todos los medios de poner su mente en frio para mirar atrás y no encontrar nada. Pero ahí estaba, mirandola fijamente, en cuatro patas, como un animal, en silencio.
      -¡Dejame en paz! Te fuiste, no estas mas, ya no sos real.
El niño continuaba alli, impavido, quieto, silencioso, mirando a su madre desde la mente de ella, pero desde la vereda de ese mal sueño; con ojos frandes, vivos, penetrantes y morbosos, como los de los santos de las iglesias que siempre asustan parados allí, juzgándolo todo, con ojos como los del niño. El espanto de esa analogía se hizo carne en ella.
      -No hay nada que temer –pensó-  si yo lo creé yo misma puedo destruirlo.
Probó cerrar los ojos y concentrar toda su energía en eliminarlo, pero nada, todos sus esfuerzos fueron en vano, al abrirlos nuevamente seguía allí.
      -Andate, volve de donde viniste, no sos real, no sos nada –grito en medio de una crisis nerviosa. El niño comenzó a gatear en dirección a su madre, que de a poco fue retrocediendo hasta hallarse contra una pared. El niño seguía avanzando poco a poco hasta alcanzarla, Mariel experimentaba una brutal sensación de asfixia que le recorria todo su pecho hasta sus fosas nasales, similar al asma; comenzó en ese instante cruel a recordar muchas cosas, cuando vivió en un vagon de tren, cuando se inició en todas las drogas habidas y por haber, cuando su primo abusó de ella y quedó embarazada, cuando perdió a su hijo en su intento de suicidio, cuando empezó a prostituirse para poder pagar el poderoso coctel de alcohol y mas drogas y cuando finalmente comenzó a tener alucinaciones, todo estaba convergiendo en ese instante indescriptiblemente terrible. Mientras tanto, la criatura  alcanzaba a su madre y acariciaba su pie transmitiendo una electricidad a toda su humanidad, como una descarga de voltaje del mas allá, destructiva, poderosa y real, eso si que era real, era lo único que podía discernir de todo eso. Abrió los ojos y un grupo de hombres de delantal blanco la rodeaban, sus brazos amarrados por correas en sus muñecas y sus piernas sujetadas en sus tobillos se sacudían en la camilla, todo al tiempo que los restos de su conciencia se apagaban al compas de la lobotomía y allí, entre dos personas al lado de la puerta, se hallaba gateando el niño que la seguía, pero ya no le importaba.

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